Un día de viento

Esa figura que veía en la distancia era una chica, bastante joven al parecer, tenía el cabello castaño y los ojos marrones, era guapa, pero no tanto, no dejaba de mirarme y yo hacía lo mismo, no apartaba mi vista de ella, no era lo que se dice... discreta. Se iba acercando poco a poco, y yo seguía allí de pie sin moverme mientras el viento me azotaba el cabello en todas direcciones, un gustazo. Parecía que el viento era más fuerte ahora, pero sin dejar de ser suave, era como una caricia invisible, pero que estaba ahí, esa enorme mano que provenía del cielo y acariciaba nuestros rostros, los rostros de toda la gente, de todos los humanos, dioses, licántropos, vampiros... como si quisiera calmar la tensión entre todas las razas, todos hijos del cielo, del viento, del fuego, del agua, de la tierra, de la naturaleza, todos hermanos, pero desgraciadamente hermanos incompetentes que no eran capaces de ver lo mejor para ellos, para el mundo, el fuego era el único que velaba por la justicia, la unión de todos los elementos otra vez. Pero antes había que acabar con los obstáculos... con el rey del agua.
La chica cada vez estaba más cerca, llevaba una especie de chubasquero con capucha, muy inteligente por su parte, pues probablemente llovería, pero por la tarde, al menos eso es lo que sentía y si mi instinto no estaba atrofiado, estaría en lo cierto. Aquella chica andaba rápido, pero la distancia era grande, así que aún le quedaba un poco, aún seguía mirándome, eso me parecía, pues había dejado de utilizar la visión de águila. Sin embargo ya no estaba tan lejos y se la veía mejor *Le parezco curioso... sabe que no soy humano* me dije leyéndole la mente. Al parecer era la típica niñita princesita que no tenía libertad pero que estaba cargada de sobreprotección... *pobrecita, ni a una diosa del aire la dejan con libertad* pensé indagando más en sus pensamientos, templo del aire... eso era una clara señal que o era diosa o era semi-diosa.
Ya estaba muy cerca, podía oler su sangre, olía tan bien... es lo que tiene ser una diosa, la sangre también es más sabrosa y gustosa y deliciosa y diferente a la de los humanos... el problema se encontraba en que era muy difícil hincarle el diente a un dios, pues como mucho le dejabas herido y también tenía poderes, además no eran muy fáciles de transformar, pues obligar a un dios a beber sangre... un humano se tenía que reencarnar quinientas veces por lo menos.

Por fin la chica ya estaba a sólo unos pasos de mí y cuando ya hubo llegado a mi lado se vio claramente la poca educación que le habían dado, ni un saludo, ni un cortés gesto, ni una sonrisa, nada. Simplemente se había limitado a preguntarme si me conocía de algo. -HOLA- dije mirándola fijamente a los ojos -No te perdono y no, no te conozco ni tu me conoces- le dije impasible con un tono de voz imparicial. Hice una pausa sin dejar de observarla -¿Cómo te llamas?- le pregunté, ya que no se había presentado, tendría que preguntarle yo por su nombre, al fin y al cabo, si era maleducada de nacimiento no podía echarle la culpa y tendría que guiarla por el camino de la cortesía y la educación. Verdaderamente se notaba que era joven, pues antaño, los jóvenes éramos más educados, más corteses y caballerosos y un poco más discretos, aunque siempre encontrábamos la forma de ser directos dentro de la misma discreción. Cómo cambian los tiempos, en fin, yo me había quedado atascado en los veinte años en apariencia y sin duda tenía más valores que esa mojigata.